martes, 22 de marzo de 2011

Infancia



De pequeña quería ser arqueóloga, y además lo tenía muy claro. Las demás niñas me miraban extrañadas; ellas iban a ser actrices, modelos, cantantes y famosas. Robaban maquillaje a sus madres y simulaban vivir en una gran mansión de Hollywood con grandes jardines y cocina americana. Yo estaba emocionada con aquel juego de moldes que me regalaron unas navidades. Dejaba la habitación hecha un desastre y me tiraba horas creando pequeñas esculturas egipcias que siempre acababan rotas. No era normal la ilusión que le hacía a una niña de 8 años ver un programa sobre historia con su padre en National Geographic. No necesitaba nada más, me sobraba felicidad. Cuando me preguntaban que qué quería a ser de mayor, contestaba decidida, "arqueóloga en una excavación egipcia". Se quedaban anonadados; supongo que esperaban otro tipo de respuesta. Y no se que pasó que crecimos. Y todo cambió. Recuerdo a la perfección el día en el que le dije a mi padre, "Papá, pero yo de que viviría, si ya está todo descubierto". Y creo que eso y la adolescencia esfumaron mi sueño.

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